Cuando los conquistadores españoles, Francisco Pizarro y Diego de Almagro, llegaron desde Panamá a lo que hoy es la costa del Ecuador en 1526, observaron que los indígenas usaban «tocas» en la cabeza, similares a las de las monjas en Europa, que parecían alas de murciélagos.
En 1630, un indígena llamado Domingo Chóez, en colaboración con el criollo Francisco Delgado, fusionó la técnica de la toca con los sombreros españoles, dando origen así al sombrero icónico del mundo: el Montecristi.
Las expediciones botánicas enviadas por el rey de España Carlos IV a América del Sur entre 1788 y 1798, encabezadas por los famosos botánicos Hipólito Ruiz (1754-1840), José Pavón (1754-1817) y más tarde por Juan Tafalla (1755-1811), descubrieron más de 1.000 especies vegetales detalladas en sus libros Flora peruviana et chilensis y Flora Huayaquilensis. Entre estas, describieron la planta paja toquilla y la bautizaron como Carludovica palmata en honor al rey Carlos IV y a su esposa, María Luisa, cuyo nombre en latín se escribe Ludovica. Nombraron a la especie como «palmata» ya que parece una palma, aunque en realidad no lo es.
Estas expediciones botánicas comprobaron que la planta toquilla era originaria del Ecuador, a pesar de que se encuentra desde Centroamérica hasta Perú, debido a su diversidad y abundancia en nuestro país, y porque era muy común tanto en las culturas indígenas costeñas como en las amazónicas, quienes la usaban para hacer sombreros y techos para las casas, cestas, redes de pesca, e incluso como alimento.
En los siglos XVIII y XIX, el sombrero Montecristi o Jipijapa fue una fuente importante de desarrollo social, cultural y económico en Ecuador. Su producción se expandió a Cuenca, y en 1854, los ingresos por la exportación de sombreros superaron a los del cacao. Un gran avance se produjo al exportar miles de sombreros para los trabajadores de la construcción del Canal de Panamá (1904-1914).
Pero quien lo popularizó en el mundo fue el presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt. En noviembre 14 de 1906, visitó la construcción del Canal de Panamá y el primer presidente de ese país, Manuel Amador Guerrero, quien tenía lazos familiares en Guayaquil, le obsequió un fino Montecristi, noticia que se difundió por el mundo.
El 5 de diciembre de 2012, la Unesco declaró al sombrero Montecristi como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, reconocimiento que está en las hábiles manos de los artesanos que tejen este arte extraordinario.
Ayer, mi compadre zamorano Guillermo Hasing y yo tuvimos la oportunidad de visitar Pile, el principal y más antiguo centro de fabricación de los famosos sombreros Montecristi. Pudimos observar la labor y tradición que los habitantes de este pueblo, donde el 80 % de los 1.000 habitantes se dedican a este arte, llevan a cabo para producir con gran esfuerzo la artesanía montuvia más famosa del mundo.
Observamos desde la cosecha de los cogollos de la toquilla hasta los pasos para la confección de un sombrero fino, como golpear los cogollos en el suelo y luego desgarrarlos con las uñas de las manos o los pies, el lavado y cocción de los manojos de paja, su secado, el horneado con leña para blanquear la paja y eliminar la clorofila, y luego el tejido, en una posición muy esforzada e incómoda, que puede durar hasta cuatro o cinco meses por sombrero, dependiendo de su calidad, que se mide en hebras por pulgada cuadrada. Los más finos son los de grado 60 (60 hebras/pulgada 2), que usan los artistas y que pueden costar miles de dólares.
Pensé que mi viejo Montecristi era muy fino, pero los expertos artesanos montuvios me dijeron que no llegaba a grado 15.
Desde hace años quería visitar Pile y finalmente logré esta gran experiencia, incluso aprendí a tejer un pedazo de sombrero Montecristi.
El Gobierno del Ecuador tiene la obligación de reactivar la Escuela de Artesanos de Sombreros de Pile, que hoy no funciona por falta de apoyo gubernamental.